Basta de socavar mis entrañas y buscar respuestas. Pongo oídos sordos a las plegarias que me son ajenas. No soy tan buena. Estoy caída, tumbada por el peso de mis promesas. No soy tan buena. Voy en un vagón donde sólo quepo yo.
Soy una ciudad vacía, huérfana de semáforos y cementerios. Arriba mío, la tormenta. A mi alrededor, el verde de lo vivo. Nada me toca. Todo me traspasa. Ni mártir ni verdugx. El trazado en blanco ahoga al deseo de pertenecer a un mapa.
¿Dónde caben tantas anotaciones? ¿Qué hago con las palabras que me gustan y no sé dónde meter? ¿Qué hago con las palabras? Tinglado, ojal, guarecer, ramificado. ¿Será que son chatarra espacial, migas pa' los gorriones, la escarcha del freezer, los caramelos del vuelto, las mosquitas en los azulejos?
No me preguntaste pero acá estoy aprendiendo de cero después de que rompiste mis esquemas. Hay días donde escalo montañas a oscuras y días en que despierto desnuda, habito cabañas extraviadas, voy en busca de lámparas o luces de bengala; señales de vida en una tundra helada. Lo más difícil no es eso, es acordarme de ir lento, es enseñarle a la cabeza y al cuerpo a funcionar bajo nuevas reglas. Todavía no me sale estar sola, prescindir de lxs otrxs, que siguen siendo vos. Porque te encuentro en las asociaciones más insólitas pero te empujo con la lengua atrás de mi boca; te sumás a la cicatriz de las amígdalas y dolés igual o más en las jornadas de humedad. Mis huesos te recuerdan, se abren al vacío turgente y donde estabas vos ahora hay un televisor: Coppola o Wenders en bucle disolviéndose de un tirón. Pero ya no queda tristeza ni siquiera decepción o resignación; ni siquiera un fotograma de una historia que tuvo mucho estruendo y nada más era un epígrafe.